See on Scoop.it – Turismo Ornitológico

Había comenzado el viaje tres semanas antes, cuando el sol se fue apagando, las tierras se endurecieron, las aguas se helaron y el alimento comenzó a escasear. Los casi 3.000 kilómetros de vuelo pesaban sobre sus alas y las cortas paradas para descansar y buscar algún grano o un pequeño insecto descuidado no habían permitido recuperarse del esfuerzo. Solo la continua presencia de su pareja de siempre a su lado y la de las dos crías que apenas contaban unos meses de vida, la animaban a continuar. Bueno, también el estimulo de los cientos de ejemplares como ella que hacían el mismo camino volando en perfecta formación.
Pero el viaje estaba llegando a su fin. Aquella grulla y sus acompañantes que habían dejado las orillas del Báltico, o las del lago Hornborga o la isla de Rugen en el norte de Europa, habían atravesado a una increíble velocidad medio continente y ya distinguían a lo lejos la reconocible imagen de la dehesa extremeña, los encinares y los sembrados, las lagunas, embalses y grandes charcas de Cáceres… Su formación en V, volando a gran altura, con el cuello estirado, con pesadas y amplias batidas de alas y con un kru-kru-kru incesante que podía oírse a dos kilómetros de distancia, está a punto de terminar. Ellas no lo saben, pero allí abajo, camuflados entre ramas de jara y encina, están los humanos, esa especie que se obsesiona por vigilar y disfrutar con sus movimientos y que siempre ha añorado sin conseguirlo, volar como ellas. Tampoco lo saben, pero en estas tierras cacereñas están algunos que han venido a verlas desde los lugares de donde partieron.
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